Cuando el COVID-19 nos enseñó a valorar lo esencial
Articulo publicado previamente en la Revista Ethic.
Desde el 29 de marzo sabemos que lo esencial está representado por profesiones y tareas poco glamurosas, de esas que están ahí, que vemos, pero que casi nunca miramos. ¿Qué valor da hoy la sociedad a «lo esencial» y qué precio está dispuesta a pagar por ello?
El pasado 29 de marzo, el Gobierno de España aprobaba el Real Decreto-ley 10/2020 en el que se regulaba un permiso retribuido recuperable para los trabajadores que no prestasen servicios esenciales. Este decreto ampliaba, en parte, el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, en el que aprobaba el estado de alarma para la gestión de la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. Con estos decretos, se enumeraban una serie de sectores y actividades que se convertían en esenciales para la comunidad, con el objetivo de combatir el virus y de mantener las constantes vitales de la sociedad bajo control.
Pues bien. Más allá de los decretos, esta pandemia quizá debería hacernos responder a un par de preguntas sobre qué es «lo esencial» en la vida, para contraponerlo a lo «accesorio», y sobre qué valor le damos hoy en la sociedad a eso que se ha considerado esencial.
La primera pregunta es: ¿qué es hoy lo realmente esencial para la sociedad y que hace solo un mes parecía formar «parte del paisaje»? Ha tenido que llegar el COVID-19 para darnos cuenta de lo que es importante, de lo que no lo es y de cómo cambian las prioridades cuando empiezan a fallecer miles de personas. Por eso, sin dramatismo, creo que podemos decir que lo esencial hoy es, simplemente, aquello que contribuye a nuestra supervivencia y a mantener la convivencia básica. Lo demás, queda en segundo plano.
En este sentido, me voy a permitir contar una situación personal que sufrí hace poco menos de dos años. Para hacerlo breve, me sometí a una operación de colon que salió mal: aquello terminó en una septicemia y en una operación a vida o muerte en la que me dieron muy pocas probabilidades de salir bien. Afortunadamente, después de 8 intervenciones en 16 meses, puedo contarlo. ¿Qué experiencia he sacado de aquello? Pues una muy sencilla: he comprendido que, en la vida, problemas –problemas de verdad–, hay muy pocos, y los que hay son aquellos que afectan a la supervivencia, tuya y de tu gente. Lo demás, todo lo demás, pasa a un segundo plano y, sobre todo, deja de calificarse como un problema para entrar en la categoría de «ocupación»; y a las ocupaciones hay que darles la respuesta adecuada, pero siempre bajo la categoría de ocupaciones, no de problemas.
Por eso, desde el 29 de marzo sabemos que lo esencial, lo que afecta a nuestra supervivencia y a nuestra convivencia básica, son las actividades relacionadas con la ganadería, agricultura y pesca; el abastecimiento y venta en supermercados; el reparto de comida a domicilio; los sanitarios, los centros de mayores y cuidados a dependientes; las empleadas del hogar y cuidadoras; los servicios de emergencias y las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado; la fabricación de ropa de trabajo y productos farmacéuticos; quioscos y medios de comunicación; las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; las Fuerzas Armadas; aduanas; banca, seguros y gestorías; servicios funerarios; limpieza urbana… y cualquier actividad que comporte teletrabajo. ¡Quién nos lo iba a decir! Lo esencial está representado por profesiones y tareas poco glamurosas, de esas que están ahí, que vemos, pero que casi nunca miramos.
Durante muchos años, hemos dado poco valor a los servicios esenciales y nos hemos confundido sobre qué era importante
La segunda pregunta a la que quería dar respuesta en este artículo es la siguiente: ¿qué valor da hoy la sociedad a «lo esencial»? Y, con ese valor en mente, ¿qué precio está dispuesta a pagar por ello? Más allá de los datos y los sectores, tiene que ver con dos conceptos muy relacionados: valor y precio. Formulo esta pregunta porque, como dijo en 1611 Francisco de Quevedo (y popularizó tres siglos más tarde Antonio Machado), «solo el necio confunde valor y precio».
Empecemos con el valor. Sospecho que, durante muchos años, hemos dado poco valor a estos servicios esenciales que reconocen los Reales Decretos y nos hemos confundido mucho sobre qué era importante. Sin ir más lejos, le hemos dado más valor a un personaje de reality que a los profesionales de la sanidad, más importancia a un futbolista que a un científico, más credibilidad a un influencer que a un profesor, más notoriedad a un youtuber que a un investigador, más reconocimiento a un futbolista que a un trasportista, más cariño a un tertuliano que a los cuidadores de mayores, más utilidad a un bróker que a un ganadero…
Podríamos seguir así ad infinitum… pero no es necesario. La idea que quiero trasmitir es que, durante mucho tiempo, hemos confundido el concepto de valor. Antonio Muñoz Molina lo expresaba maravillosamente en su artículo El regreso del conocimiento, publicado en El País: «Nos ha hecho falta una calamidad como la que ahora estamos sufriendo –decía– para descubrir de golpe el valor, la urgencia, la importancia suprema del conocimiento sólido y preciso, para esforzarnos en separar los hechos de los bulos y de la fantasmagoría y distinguir con nitidez inmediata las voces de las personas que saben de verdad, las que merecen nuestra admiración y nuestra gratitud por su heroísmo de servidores públicos».
Si hablamos de precio y nos preguntamos cuánto está pagando hoy nuestra sociedad a estos servicios esenciales, comprenderemos por qué no hemos acertado. No hay más que ver la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística (INE), para conocer los salarios medios de estas profesiones que hoy, en el estado de alarma, se consideran servicios esenciales. Por ejemplo, un profesional de la rama «actividades sanitarias y de servicios sociales», tenía una remuneración media bruta en 2018 de 2.160 €/mes (25.920 €/año); uno de la rama de «ocupaciones militares», 2.208 €/mes (26.496 €/año); uno de la rama de «agricultura, ganadería, silvicultura y pesca», 1.249 €/mes (14.988 €/año); uno de la rama de «transporte y almacenamiento», 1.945 €/mes (23.340 €/año); o uno de la rama de «educación», 2.365 €/mes (28.380 €/año).
Son solo unos datos. Datos que tenemos que poner en un contexto con otros para que cobren toda su dimensión. Así, en primer lugar y según la EPA, en 2018 un profesional encuadrado en la categoría «director o gerente», cobraba 4.102 €/mes (49.224 €/año). En segundo lugar, según el Informe de Remuneración 2020 de la consultora Michel Page, con datos de 2019, un gestor senior de banca de particulares cobraría entre 30 y 40 mil €/año; un director de marketing del sector comercial con más de 11 años de experiencia, entre 70 y 80 mil €/año; y un Managing Director de banca internacional, entre 200 y 300 mil €/año.
Quizá los datos más llamativos haya que encontrarlos en el Informe de Remuneraciones de los consejeros de las Sociedades Cotizadas correspondiente al Ejercicio de 2018 elaborado por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). De este informe, solo destacaré tres cifras: la remuneración promedia por consejero de las empresas del IBEX 35 ascendió a 699 mil €/año (214 mil para empresas no IBEX); la de los presidentes ejecutivos del IBEX, alcanzó los 9.520 mil €/mes (2.257 mil para empresas no IBEX) y la de los consejeros delegados del IBEX se situó en 6.038 mil €/mes (1.690 mil para empresas no IBEX). Comparados con un profesional de la sanidad, un consejero del IBEX 35 gana 27 veces más; un presidente ejecutivo, 367 veces más; y un consejero delegado, 232 veces más. Datos.
Comparado con un profesional de enfermería, Messi y Eden Hazard ganarían, respectivamente, 2.731 y 1.226 veces más
Por último, para terminar de ofrecer datos, no quisiera terminar esta muestra del precio que la sociedad está pagando a algunas profesiones sin detenerme en los salarios de algunos futbolistas de La Liga Santander, según el portal de apuestas Bwin. Ahí van algunos: Lionel Messi, 70,8 millones € brutos/año; Antoine Griezmann, 45,8; Edén Hazard, 31,8; Gareth Bale, 27,9; Luis Suárez, 23,4. ¿Para qué seguir? Como en el caso anterior, comparados estos salarios con los de un profesional de enfermería, Messi y Eden Hazard ganarían, respectivamente, 2.731 y 1.226 veces más.
Durante mucho tiempo, la sociedad ha sido triplemente necia. No solo no hemos sido capaces de identificar lo esencial –craso error–, también hemos confundido durante mucho tiempo valor con precio. Y, para terminar de estropearlo todo, hemos equiparado por abajo –y, en consecuencia, despreciado–, el valor y el precio de los servicios esenciales. Afortunadamente, estos servicios esenciales nos han demostrado que están muy por encima de todos nosotros porque son conscientes de su valor en todas sus acepciones, contribución y coraje, sin afear a la sociedad el precio que les está pagando por sus servicios. Ahora nos toca a los demás reconocerles su valor… y empezar a pagarles el precio que merecen.