Estoy desbordado. ¡Ya no puedo más!
“No puedo más. Estoy desbordado. Tengo la sensación de querer abarcar mucho y, al final, de no llegar a nada. Eso me está generando gran inseguridad personal; ya no sé si soy capaz de sacar adelante este trabajo; soy una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento. Mi salud y mi vida personal se están resintiendo. Ya no puedo más”.
¿Cuántas veces se ha sentido Ud. amigo lector, en una situación como esa?. ¿Cuántas veces ha oído a sus colegas decir algo parecido?. Pues eso tiene un nombre: “desbordamiento negativo”. Con esta expresión algunos autores se refieren a los “daños colaterales” de una vida profesional “excesivamente intensa”. De eso va la tribuna de hoy: de cómo trabajar mucho y no morir en el intento. Y tradúzcase “morir” en todas las variables no literales: eliminación psicológica (profunda depresión por merma de autoestima); desaparición familiar (cargar a tu familia con tus problemas laborales e, incluso, provocar su desaparición); o autoaniquilación social (desaparición para los amigos y para cualquier tipo de vida social).
¿Cuáles son los síntomas del desbordamiento negativo? Por un lado, quienes lo sufren tienen una enorme presión psicológica. Tienen siempre la sensación de estar donde no deben, y de hacer lo que no quieren: cuando están en casa, están pensando en el trabajo; y cuando están en el trabajo, saben que deben estar con la familia. Por otro lado, sufren trastornos físicos: duermen poco, sudan mucho, pierden pelo, consumen gran cantidad de antiácidos, se pasan -aunque no lo digan- con los tranquilizantes, tienen problemas de tensión y de colesterol, sus defensas están por los suelos… Este es su perfil. Y convene no confundirlo con “el pavo real”, ese que se pavonea de lo mucho que hace, de lo importante que es su trabajo para la compañía, y, sobre todo, de lo confidenciales que son las cosas que le encarga su Alta Dirección. No se crea nada; ese no está desbordado, es sólo un cretino.
¿Cuáles son las causas del “desbordamiento negativo”? Hay un primer grupo de problemas que podrían resumirse en el “exceso de trabajo”: reuniones, viajes, carga de trabajo, clientes y jefes exigentes, falta de recursos medidos en tiempo, personas y dinero, etc. No es infrecuente encontrar a profesionales que pasan en sus despachos más de catorce horas diarias, o más de doscientos días montados en un avión, o meses viviendo en hoteles para terminar tal o cual proyecto. ¿Qué hacer contra esto? Poco, la verdad. Muchas veces hay que cambiar de empleo. Aun así, me atreveré a dar tres recomendaciones.
- Primera: “tu escala de valores la pones tu”. Me explico. Hace días escuchaba a un futbolista que lleva ya varios meses sin jugar por una importante lesión. “Al principio –se lamentaba- estaba obsesionado con recuperar la titularidad; después me empecé a conformar con poder hacer mi vida normal; mi esquema de valores cambió radicalmente”. No esperes, pues, a perder las cosas importantes de tu vida para valorarlas: empieza desde ya.
- Segunda recomendación: “a todos los toros no se les puede cortar las dos orejas”. Me vuelvo a explicar. Muchas veces crees que hay que hay que correr a por todos los balones y matar cada toro (cada proyecto) como si en él te fuera la vida. Pues bien: craso error. A muchos toros hay que hacerles faena, pero con otros muchos simplemente hay que saber matarlos: estar en profesional y saber que ya vendrá otro.
- Y tercera: “tu sólo no puedes”. Y vuelvo a explicarme. Un ejecutivo tiene que saber lo que tiene que hacer él y lo que tiene que hacer su equipo. El problema aquí es que muchos tienen la tendencia a sentirse hipernecesarios, a controlar lo grande y lo pequeño, y a cambiar los papeles. Y lo que consiguen no es otra cosa que un equipo menor de edad: su gente nunca tomará iniciativas porque siempre hay alguien que la toma por ellos.
Otro gran capítulo capaz de generar desbordamiento es la inseguridad personal para afrontar un nuevo reto. ¿Cuántos hemos gritado alguna vez “no me siento capaz”? Esta es una de las experiencias más angustiosas de un profesional y, quizá, la que más le puede quebrar la autoestima. ¿Qué hacer en estos casos? Pues me voy a tirar a la piscina con unas cuantas recetillas de gladiador.
- La primera es ésta: “Tira de archivo y recuerda tus experiencias de éxitos y fracasos para ver si puedes sacar de ahí algunas conclusiones”. Dicen que los toreros aprenden más de sus cornadas que de sus tardes de éxito. De hecho, cuando reaparecen, lo que más angustia les genera no es el miedo al toro, sino el no saber porqué les cogió. Por eso hay que tirar del archivo de fracasos y de éxitos, y encontrar algunos referentes, por pequeños que sean, que nos ayuden.
- La segunda receta es ésta: “Comparte tus inseguridades con quien te quiere; no te lo comas todo tu solo”. Es curioso pero, a veces, tu familia o tu pareja son quienes mejor pueden ayudarte. Y digo que es curioso porque, en este caso, lejos de trasladar el marrón a quienes te quieren, lo que estás haciendo es intentar tomar una decisión importante junto con ellos, con su diálogo, con su comprensión. ¿Acaso no les creas más problemas si les mantienes fuera de tu vida y de tus problemas? Pues eso: habla, dilo, pide ayuda.
- Y la tercera receta es la definitiva: “para hacer algo, lo primero que tienes que hacer es creértelo”. Lo he comprobado: cuando alguien cree en lo que hace, da igual casi todo: las dificultades, tu salario, tu categoría profesional, o lo pesados que se pongan tus compañeros. Lo que pasa es que aquí hay que ser inteligentes y conocer tus propios límites: no te metas en aquello que no creas ni en aquello que no puedas.
Pues esto es el desbordamiento negativo. Trabajo y más trabajo. Claro que alguno te llega y te dice: “mi trabajo es rutinario; no tiene creatividad alguna; me siento infrautilizado; podría dar más de mí, pero esto no da para más; me aburro”. A este respecto, siempre me viene a la memoria la contestación de una buena amiga cada vez que le preguntaba por cómo le iban las cosas; siempre me contestaba lo siguiente: “cobro todos los meses”; “pues, tal y como está el patio –le contestaba yo- tampoco es mal asunto”. Así que no te quejes, tira para adelante y recuerda una cosa: en un brain storming sólo el dos por ciento de las ideas vale para algo. Pues ya sabes una cosa: en tu trabajo sólo el dos por ciento vale para algo. Te vas a angustiar por tan poco?
Publicado en el Diario Cinco Días, el 29 de noviembre de 2001