Ver las cosas desde fuera
Hace un tiempo, tuve una reunión con una persona que acababa de incorporarse a la compañía y cuyas funciones conectaban con las mías. Empezó a preguntarme: ¿Por qué hacéis esto así? Y yo le contestaba. Y él me respondía…. “es que visto desde fuera…” Y volvía a la carga: ¿Por qué hacéis esto así? Y yo le contestaba. Y él me respondía…. “es que visto desde fuera…” Y así una y otra vez.
Al final me cansé y le pregunté si le gustaba el fútbol. “Amo el futbol”, me dijo. Entonces le dije si conocía a Fabio Cannavaro, el que fuera balón de oro, central de la Juventus y del Real Madrid. “Claro –me dijo- quien no conoce a Cannavaro”. “Si conoces a Cannavaro, entonces…¿sabes por qué su primera temporada en el Madrid no fue buena? Pues te lo voy a decir: porque desde fuera las cosas siempre se ven de otra manera”.
De eso quiero hablar: de lo fácil que se ven las cosas desde fuera… y lo difíciles que son desde dentro. ¿Dónde estás las dificultades dentro? Cada casa tiene las suyas, pero creo que se pueden establecer algunos “patrones” de las dificultades internas.
El primero es la inercia. Cambiar rutinas es muy complicado. Forzar a la gente a que deje de hacer lo que hace, sin saber muy bien qué gana a cambio, es complejo. Pedir a muchos que salgan de su círculo de confort, es difícil. Y sobre todo, quien quiere romper inercias se convierte en el “pepito grillo” de las organizaciones; al principio no resulta molesto, pero al final se convierte en un “rompe pelotas” (como dirían los argentinos).
El segundo son los compartimentos estancos, los silos. Es muy típico que cada departamento vaya “por libre”, sobre todo en organizaciones orientadas al poder (a mantener tus recursos) y no orientadas al proyecto. Y lo peor es que, por regla general, las empresas casi no tienen mecanismos para reconocer la labor de aquellos que trabajan “en horizontal” porque parece es más fácil valorar objetivos verticales (ventas, resultados, etc) que poner objetivos a quien facilita la consecución de objetivos por parte de otros. Al final, es tan simple como esto: “¿quien se apunta este gol?”
El tercero es el consenso. El consenso, normalmente, lleva a la parálisis. Por lo general, el ritmo de los grupos los marcan los más lentos. Y lo más lentos son aquellos que no quieren cambiar. Curiosamente los más beneficiados del consenso son aquellos que no quieren que nada cambie.
A partir de ahí podemos encontrar más y más patrones. Da igual cuantos más encontremos. Lo complejo es saber cómo vencerlos. No creo que haya fórmulas mágicas. Lo que sí tengo claro es una cosa: sólo se empieza a cambiar cuando uno es consciente que tiene un problema. Dicen los psicoanalistas que el primer signo de recuperación de alguien que necesita terapia es cuando, motu proprio, toca por primera vez el timbre de la consulta. O cuando, quien es alcohólico, asiste a la primera sesión de terapia y se confiesa ante todos como tal. Así, pues, en tocar el timbre está la clave, porque es signo de que sabes que tienes un problema.
Desde fuera, afortunadamente, no se ve nada de esto. Ni las inercias; ni los silos; ni los consensos. Por eso, los toros vistos desde la barrera, son más fáciles. Baja al ruedo y luego me lo cuentas.