Digan que son los mejores
“¿Por qué no dice que es el mejor si lo cree así?” – preguntó el periodista. “¿Cómo que no lo digo?. Si no pensara eso ¿para qué seguir? Y aquel piloto que ve usted allí, también se siente el mejor, y el otro también, y el otro… El que no se crea el mejor, tiene un déficit tremendo de orgullo”- sentenció el entrevistado. Quien opinaba así de sí mismo no es otro que Fernando Alonso, el nuevo crack español de la Formula 1 en unas declaraciones a El País el pasado 21 de abril (2003).
Pues bien. Tamaña declaración de autoestima… ¿es admisible en el ámbito laboral o, por el contrario, nos llevaría a enemistarnos con todos nuestros colegas?. Piénselo… ¿qué opinaría usted de alguien que hablase de esta forma?; ¿acaso no le tacharía de arrogante, de fatuo, de creído, de inmodesto?. Pero, bien mirado: ¿qué ocurriría si usted se cree realmente el mejor y tiene que ir por ahí fingiéndose ante sí mismo y actuando con la coraza de la falsa modestia?; ¿acaso no le molestaría que le tratasen como a los demás bajo pretexto de una igualdad mal entendida?.
Pues de esto va la tribuna de hoy. De reivindicar que, quien se crea el mejor, lo diga. Lo diga y lo demuestre. Lo demuestre hoy, y mañana también. Y que lo haga por derecho, sin falsa modestia, con hechos ciertos que avalen su candidatura. De reivindicar el talento, la competitividad y los resultados. Y es que este no es tema fácil porque algunas veces, pudiera parecer que quien reivindica todo esto es insolidario, egoísta, mal compañero y alguien en quien no se puede confiar por ambicioso. Por eso me ha parecido interesante destacar los rasgos de este perfil, de “el mejor”, para, así, reivindicar el aspecto positivo de un talante ganador y competitivo.
El primer rasgo que define al “mejor” es, sin duda, su altísima autoestima. Es decir: se quiere y sabe lo que quiere. Quererse es, sobre todo, tener fe en tus posibilidades, conocer tus puntos fuertes e identificar tus propias limitaciones para limarlas y superarlas. Saber lo que se quiere es tener claro tu propia visión personal, saber lo que puedes conseguir en función de tus capacidades. Y esa mezcla suele ser imbatible. Personajes como Tiger Woods o Fernando Alonso (en lo deportivo), o como Bill Gates o George Lucas (en lo empresarial), no son fruto de la casualidad. A todos ellos les caracteriza una misma cosa: saber desde pequeños lo que querían y trabajar como locos para conseguirlo.
Un segundo rasgo de “el mejor” está relacionado con el primero: la autoestima se fundamenta en hechos, en resultados. Los resultados suelen venir como consecuencia del trabajo y la experiencia. El propio Alonso, cuando le comentaban que con un volante en las manos se le veía capaz de todo, respondía: “Porque soy capaz de todo. He tenido muchos momentos así. Y llevo 18 años corriendo. Siempre he conseguido cosas muy difíciles en momentos muy difíciles. Y he ganado. Tengo confianza total en mi mismo”. Ahí es nada. Es imposible tener confianza en uno mismo si no hay hechos que lo avalen. Si no es así, no estamos hablando más que de quimeras. Y es que, “el mejor”, primero lo demuestra; después lo dice. El que lo hace al contrario, simplemente es un iluso; o está fuera de la realidad.
Un tercer rasgo de “el mejor” es su orgullo y su espíritu competitivo. Ser competitivo significa no dar nunca nada por perdido, no conformarte con lo que tienes, ver en qué has fallado en lugar de felicitarte por lo conseguido. Ser competitivo es aprender de los errores y guardar los triunfos. Es querer, como los hermanos Marx, más madera. Dicen los que saben que la competitividad se ve ya desde pequeño: aquel niño que, jugando al fútbol, pelea los balones y exige más a sus compañeros; o aquel otro que, cuando recibe las notas, pregunta dónde perdió 2 puntos cuando le calificaron con un 8; o aquel otro que pregunta por el próximo partido después de ganar el anterior. Fernando Alonso lo tiene claro: “Mi mejor virtud es no conformarme nunca con lo que he hecho. ¿Mi peor defecto? Eso mismo”.
Esa es la competitividad que hay que enseñar a los niños: no conformarse nunca con lo hecho, tener espíritu de superación. Y es que ser competitivo tiene que ser algo intrínseco a uno mismo (lucho, peleo, gano por mí y para mí, por sentirme orgulloso de lo que hago); no se puede ser competitivo contra alguien (lucho contra ese, peleo contra ese, necesito tener un enemigo para superarme). Por eso, los pequeños, “los peores”, sólo rinden cuando tienen delante a su enemigo; cuando no lo tienen, se abandonan, no se concentran, se dejan llevar.
Otro rasgo de “el mejor” es una extraña mezcla de generosidad y egoísmo. La generosidad nace de su autoestima. Como se siente fuerte, no tiene ningún miedo a compartir sus conocimientos y sus éxitos. (Ahí están los ejemplos de todos los grandes sabios y deportistas: cuanto más grandes, más generosos y más próximos; no tienen ningún problema en sentarte a su mesa para explicarte, o para darte una asistencia de gol para que te apuntes el éxito). Y el egoísmo nace de su espíritu competitivo, cuando tienen pendientes deudas con ellos mismos, no contra los demás. Esa es la diferencia entre el egoísta “pequeño” y el egoísta competitivo.
Pues ahí van unas recetas para que “los mejores salgamos del armario de la modestia”. Yo, personalmente, me quiero bastante. Y lo digo. Y no siempre lo he hecho para no molestar a los colegas. Lo que pasa es que, por fin, con el paso de los años ha tenido que venir un piloto de Formula 1, de 21 años, para que se me pasaran los complejos. ¡Que ya va siendo hora de eliminar la falsa modestia, y la igualdad mal entendida! Si no lo hacemos, estaremos contribuyendo a la igualdad… de los peores.
Publicado en el Diario Cinco Días, 16 de mayo 2003