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¿Nos marchamos ya para casa o esperamos un ratito?

(In English below)

Hace años mantuve una conversación curiosa. “Bueno –le dije a uno de mis jefes; creo que me voy a marchar ya para casa, que va siendo hora. Pues yo no –me contestó él; como llegue ahora me toca bañar y dar de cenar a los niños. Y tengo cuatro; espérame un ratito y a las nueve y media ya no hay peligro- concluyó”. ¿Cuántas veces, amigo lector, ha presenciado una conversación parecida a ésta?. Y, sin ánimo de ser aprendiz de Torquemada,… ¿acaso no ha caídoUd. en la misma trampa?.

Pues bien. Este es el tema de hoy: las “largas y duras” jornadas laborales… ¿responden a una necesidad real de trabajo o son simples excusas para desaparecer y no afrontar tu propia vida personal? No nos engañemos: para el comportamiento organizativo, tan negativo es lo uno (trabajar 16 horas diarias porque estoy desbordado), como lo otro (no irme a casa porque mis hijos, mi pareja o mi perro me dan más problemas que alegrías). Recuerdo que a un importante ejecutivo español le apodaban el “seven eleven” -como las famosas tiendas 24 horas norteamericanas-, porque hacía jornadas de 7 de la mañana a 11 de la noche. Y lo triste del caso es que su gente le aplaudía por ello.

Por eso me ha parecido interesante reflexionar sobre el impacto de las jornadas laborales de sol a sol en la vida organizativa y personal. Veamos, pues, los factores que contribuyen a ello.

Para empezar, creo que podemos encontrar un primer bloque de factores que tienen que ver con propia forma de ser de los españoles, con nuestro hábitat y nuestra cultura. Y aquí, la comida es un factor cultural por excelencia. En España es costumbre invertir hasta tres horas diarias en almuerzos parecidos a las Bodas de Caná: dos platos, postre, copa, café, puro, y vino a discreción. Recuerdo hace años la perplejidad de un colega norteamericano cuando nos convocaron a una reunión “a primera hora de la tarde”, a eso de las 5. Su frase fue lapidaria: “No os entiendo –nos dijo-; aquí empezáis a trabajar a la hora en la que en mi país nos marchamos a casa”. Y además, el asunto de las comidas produce un efecto cascada: las tres horas de almuerzo de los directivos provocan una especie de perverso agujero negro laboral. Trabajar a esas horas vale para poco: ni te ven, ni son horas que cuenten para eso de “estar disponible”: “Ya sé que estas mucho tiempo aquí –le dijo un directivo a su asistente-; lo que pasa es que estás a las horas en las que yo no te necesito”. Triste, pero cierto.

Junto al almuerzo, otro factor cultural es el tamaño de las ciudades y la estructura del transporte público. En las grandes capitales norteamericanas y europeas perder el tren de las 5 o de las 6 supone no llegar a casa hasta bien entrada la noche. Y eso no es muy frecuente en nuestro país, donde ni por las distancias, ni por la cultura del transporte público: en Londres me encontré con un ejecutivo con bombín. En un futuro, y con el desarrollo de los trenes de alta velocidad, no será raro trabajar a doscientos kilómetros de tu oficina.

Los factores organizativos constituyen el segundo gran bloque generador de horarios esquizofrénicos, aunque por suerte o por desgracia no son exclusivos de nuestro país. Entre ellos, y sin ánimo de ser exhaustivos, podemos destacar dos.

El primero, por rutinario y habitual, es la dificultad o incapacidad de encontrar criterios para “evaluar el desempeño”. Como suele ser difícil encontrar algo objetivo con lo que medir ese trabajo que no está vinculado a ventas y que “puede hacer cualquiera”, se recurre a las horas como receta estándar. No es el mejor método porque unas veces ayuda y otras genera distorsiones. Si bien lo que se mide es lo mismo (las horas trabajadas), reconozcamos que muchos calientan el asiento. Y es que creo que Henry Bersong, el filósofo, tenía razón; “lo importante no es la duración de las cosas, sino la intensidad del tiempo vivido”. Pero claro, también hay que reconocer que no es infrecuente encontrar a una persona mirando el reloj de fichar tarjeta en ristre, esperando a que marque la hora exacta de salida: son capaces de cuadrar su horario al minuto.

El segundo factor organizativo, es la dificultad de fijar un horario obligatorio para abandonar los edificios. En nuestro país, la regla general es que cada uno se va cuando quiere o puede. Por el contrario, en muchas empresas norteamericanas y europeas, la regla general es que todos se van a la misma hora; la excepción es que quien se quedar a terminar algo tiene que pedir permiso extraordinario a sus superiores. Y eso obliga a trabajar con tensión: ni se estiran las cosas como el chicle, ni se marea la perdiz. Creánme, en muchos países no sólo esta mal visto romper la regla general, sino que también resulta una odisea intentar que te concedan el permiso. Igualito que en España.

Bien. Estos son, hasta ahora, los factores culturales y organizativos que impiden una cierta racionalización de los horarios de trabajo. He dejado a propósito para el final los factores personales que, en el fondo, tienen una influencia decisiva en este asunto. Y aquí, creo que hay que distinguir dos aspectos: la ausencia o saturación familiar y la íntima satisfacción que puede producir, o no, tal o cual cargo.  En el fondo, estos factores reflejan una realidad: a veces uno en la oficina está más a gusto y se siente más importante que en su propia casa.

Empecemos por la familia. Cualquiera que se haya enfrentado a las tareas domésticas sabe lo duro que es estar alerta al cien por cien, las veinticuatro horas del día, para cuidar, calmar, amansar y pacificar a esos “locos bajitos” que trotan por la casa. “!Bendita oficina!- me comentaba una amiga un lunes, después de haber lidiado con sus hijos y sobrinos un largo fin de semana. Y es que no podemos engañarnos: para quien no haya desarrollado habilidades especiales de convivencia (paciencia, capacidad de juego, mano izquierda…) es mas difícil y genera más estrés entenderse con los niños, que rebatir y negociar con cualquier jefe o colega que le pongan. Y si además de los crios, añades al menú al  conyuge, pareja, compañero sentimental o llámese como se quiera… el tema puede llegar a complicarse todavía más. ¿Cuántas copas post-trabajo ha visto tomar durante el último año para retrasar en lo posible la llegada a casa?. Por tanto, tengo la certeza de que una vida familiar difícil puede llegar a ser causa de prolongación innecesaria de la jornada laboral. Y por el contrario… ¿cuántas veces nos hemos quedado hasta las tantas porque nuestra familia está fuera de casa?.

Y sigamos por esa sensación de importancia que puede llegar a causar tal o cual cargo. A veces llegas a casa y no te dicen que sí a todo, no te reconocen autoridad, te discuten las decisiones y hasta se atreven a decirte que eso que estás proponiendo para arreglar el problema de los hijos es una soberana tontería. Y de repente te das cuenta que en casa no mandas, ni poco ni mucho ni nada, y de que la voz cantante la llevan normalmente los demás: tu pareja o tus hijos; tu lo mas que puedes hacer es no oponerte. Y si eso es así no un día, ni dos, ni tres, ni cuatro, sino durante mucho tiempo… a lo mejor me compensa quedarme en un ambiente menos hostil.

Y esta es la realidad. Las circunstancias no acompañan. El trabajo es absorbente, es una verdadera máquina de consumir tiempo que no tienes. Eso es una verdad implacable. Pero no te engañes: no lo utilices como excusa permanente para desaparecer de tu vida: siempre hay algo en tu mano que puedas hacer. Y esos limites muchas veces son mentales. Y los pones tu

Publicado en el Diario Cinco Días, 19 de octubre de 2001

English version

Shall we go home now or wait a little longer?

Years ago I had an unusual conversation. “Well” I said to one of my bosses “I think I’m off home now, it’s time to go.” “I’m not” he replied, “if I arrive now, I have to bath and give the children their supper. I have four of them. Wait a while and at half past nine I’ll be in the clear”. How many times, dear reader, have you had a similar conversation? And, without wanting to point the finger… maybe you have fallen into the same trap?

There we are. That is today’s topic: “long and hard” work days… do they correlate to a real working need or are they simply an excuse to disappear and not face up to your own personal life? Don’t be fooled: in terms of organisational behaviour, one (working 16 hours a day; because it is overwhelming) is as bad as the other (not going home because my children, my partner or my dog give me more problems that joy). I remember an important Spanish executive who was nicknamed “7-11” just like the famous chain of North American shops that stay open 24 hours-a-day, because his working day always started at 7am and finished at 11pm. The saddest part is that the people respected him for it.

That’s why it’s interesting to think about the impact of working days that last from sun up to sun down on both our personal and organisational life. So let’s look at the factors involved.

To start with, I think we can find a set of factors that are connected with how we, the Spanish, are, our habitat and our culture. In this respect, food is an excellent cultural indicator. In Spain, it is normal to spend up to three hours every day having lunch: two dishes, dessert, a digestif, coffee, cigar and wine at your discretion. I remember, years ago, the confusion of a North American friend when we arranged a meeting “first thing in the afternoon”, meaning 5pm. His response was succinct: “I don’t understand you” he said, “Here you start work at the same time as we, in my country, go home.” What’s more, the whole lunch thing has other repercussions: the three hours of lunch for the managers results in a kind of perverse black hole for productivity: you aren’t seen, nor does that time count as you being “available”. “I know that you spend a lot of time here”, said a senior manager to his assistant, “the problem is that you aren’t here when I need you”. Sad but true.

Alongside the food, another cultural factor is the size of the cities and the structure of public transport. In the large North American or European Capitals, missing the train at 5pm or 6pm means not arriving home until late at night. That is not very common in Spain, because of both distance and because of the public transport culture. In the future, and with the development of high-speed rail networks, it won’t be unusual to work 200km from where you live.

Organisational factors make up the second set of reasons that generate schizophrenic schedules, although they are not something completely exclusive to our country. Among them, and without wanting to be overly exhaustive, two stand out.

The first, commonly, is that difficulty or incapacity to find new ways to “evaluate effort”. As it is usually difficult to find something objective with which to measure work unrelated to sales and “that anyone could do”, we usually fall back on hours as a typical yardstick. It isn’t the best way since sometimes it helps but at other times it generates distortions. While what is measured is the same (hours worked), we can see that many people just keep their seats warm. I believe that Henry Bersong, the philosopher, was right: “the important thing is not the duration of things, but the intensity of the time spent”. But obviously, we also have to recognise that it is not unusual to find someone watching the clock, punch card in hand, waiting to clock the exact leaving time that are capable of balancing their timetable right down to the very last minute.

The second organisational factor is the difficulty of assigning a fixed time to leave the workplace. In our country, the general rule is that each person leaves when they want or when they can. In contrast, in many European or North American companies, the general rule is that everyone leaves at the same time; the exception being someone who stays because they need to finish something and then they need to ask special permission from their superiors. That forces people to work with purpose: projects aren’t stretched out like gum, nor are they muddled around.

Believe me, in many countries not only is it frowned upon to break the general rules, it is also a very complicated process to try and get permission. The same thing is true in Spain. Good. Those are, up to now, the cultural and organisational factors that prevent a certain rationalisation of working hours. But I have left one thing until the end: the personal factors which, in the end, have a decisive influence on the situation. And here, I think we have to highlight two aspects: the absence or saturation of family and the satisfaction that can be produced, or not, by a certain position. In the end, these factors reflect a reality: sometimes a person can feel more comfortable and more important at work than in their own home.

Let’s start with the family. Anyone who has experienced domestic chores knows how hard it is to be one hundred percent alert, 24 hours a day, to look after, calm, hold and protect the “little people” that crawl around the house. “Blessed office!” a friend of mine commented one Monday, after having had to deal with her children and their cousins over a long weekend. And we shouldn’t fool ourselves: for those who haven’t developed special life skills (patience, ability to play, soft skills…) it is more difficult and causes more stress when trying to understand children, than when negotiating with any boss or colleague at work. And, if in addition to the kids, you add a spouse, partner or sentimental companion to the mix… things can get even more complicated. How many post-work drinks have you seen put away in the last year just to delay arrival at home? Through this reasoning, I am certain that a difficult family life could end up causing an unnecessary extension in the working day. And, in contrast… how any times have we stayed as long as possible because our families are away?

We continue with the feeling of importance that could come with certain positions. Sometimes you get home and they don’t say “yes” to everything you say, they don’t recognise your authority, they argue over decisions and even go as far as to say that your proposal to fix the situation with the children is complete idiocy. And suddenly you realise that you are not in charge at home and that you are on the receiving end and not the one calling the shots. And if this is the case not just one, two or three days but rather for a long time… maybe it’s better to be in a less hostile environment.

And that is the reality. It’s not a good situation. Work takes up a lot of time, sometimes more time than you have. That is an incontrovertible truth. But make no mistake: don’t use it as a permanent excuse to disappear from your life: there is always something you can do. The limits are often in your head, and you can change them.

Published in the daily paper “Diario 5 Días” October 19th, 2001


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COMENTARIOS4 comentarios
Ana
12 May 2011 | Responder
Qué interesante artículo Alberto!! Y qué realista!!
Yo no entiendo esta cultura de "presencialismo" que existe en nuestras empresas y la negativa de nuestros superiores a flexibilizar las jornadas laborales, que, normalmente, son hombres.
Me parece que la conciliación familiar y laboral es, en estos tiempos, prácticamente una obligación, si queremos garantizar en el futuro nuestro estado de bienestar.
Pero desgraciadamente, ser madre es, laboralmente, un handicap, en la mayoría de las ocasiones.
Como profesional, la mujer tiene el derecho de continuar trabajando. No hay por qué renunciar a desarrollarte profesionalmente porque se forme una familia.
No conozco a las personas que mencionas, pero probablemente, detrás de todos esos señores 7/11, esté una mujer que haya renunciado a su carrera profesional para cuidar de su familia. Y, salvo que los ingresos del señor en cuestión sean suficientes para sacarla adelante, probablemente, detrás exista una mujer que duerme seis horas de media al día y se pasa el día corriendo de la guardería/cole, al trabajo, el super, el parque, etc...
Personalmente y exagerando un poco, me hierve la sangre al pensar que serán mis hijos con su trabajo, los que pagarán las pensiones (si para entonces hay pensiones) de los que hoy me han me dificultan la conciliación.
Alberto Andreu
13 May 2011 | Responder
Ana. Gracias por tu comentario. Solo añadiría una cosa: esta actitud perjudica tanto a hombres como a mujeres. Perjudica a todo aquel que quiera tener un espacion propio más allá de su trabajo, bien sea para dedicarlo a su familia, a los amigos, al deporte o a lo que sea. Es cierto que, por regla general, las mujeres salen más perjudicadas. Pero es cierto también que muchos padres se han perdido parte de la vida de sus hijos por culpa de estre "presencialismo" (forzado por hombres tanto como por mujeres)
15 May 2011 | Responder
Alberto, Ana, poco más que añadir. Sólo que el español directivo 7/11 que aquí se menciona tiene en poca estima su salud (que le pasará factura), su desarrollo personal y su equilibrio emocional... Y al menos yo considero que los tres son igualmente imprescindibles para ser un buen directivo....

Abrazos
Alberto Andreu
16 May 2011 | Responder
Hola Antonia. Hay algo que también caracteriza a este tipo de personas: dificilmente reconocen una enfermedad porque eso puede poner en peligro su silla, pueden lanzar un signo de debilidad hacia la organización que podría menoscabar su poder. Además, hay otra cosa: muchos de ellos se sienten "seres superiores": todo el mundo les admira, les rinde pleitesía y pudiera parecer que son sobrehumanos. En alguna ocasion, algunos hasta pasan por el quirófano para hacerse retoques de estética antes de comparecer en eventos relevantes. En fin.... el lado oscuro del poder es muy oscuro
Espere...


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