Vivir en la cuerda floja
Un año, 2002, termina. Y otro año, 2003, empieza. Si echamos la vista atrás, veremos, sencillamente, que el 2002 ha sido difícil. No me voy a poner cenizo, ni creo que merezca la pena hacer un inventario de todo lo que ha ocurrido en este tiempo. Pero lo cierto es que, desde el 93, nunca habían llegado a mi mesa tantos curriculum de amigos y ex – compañeros en busca de una nueva oportunidad profesional. La crisis de los mercados, la pérdida de confianza, la difícil situación de América Latina, el temor al más difícil todavía… han situado la temperatura vital de las organizaciones en niveles bastante bajos.
Pues bien. La cosa se ha puesto complicada. No son buenos tiempos para la lírica (que dirían los Golpes Bajos, con Germán Coppini a la cabeza). Son, más bien, tiempos de cabeza fría y corazón helado; tiempos de apretar los dientes y no mirar para atrás; tiempos de eficiencia (más por menos) y no de aventuras; son tiempos de minimizar daños y no de maximizar rendimientos. Y, precisamente, de eso va mi tribuna de hoy: de cómo mantenerse vivo y seguir en la brecha en los tiempos de turbulencias. No es que haya muchas recetas; de hecho, hay bien poquitas. Tampoco es que haya nuevas recetas; de hecho, son casi siempre las mismas. Pero sí me ha parecido útil empaquetarlas para ver si con ellas podemos encontrar algunos salvavidas que nos permitan capear el temporal.
La primera receta es vieja… pero la vuelta a los clásicos es siempre una buena opción. Es ésta: pase lo que pase, que te pillen con tus deberes hechos. Tener los deberes hechos es la única garantía que tiene un profesional de su propia condición de tal. Aunque me repita más que el ajo, creo que es la mejor receta posible. Tener tus deberes hechos significa, simple y llanamente, que nadie podrá utilizar contra ti las típicas excusas de siempre: bajo rendimiento, dejación de responsabilidades, dobles juegos, etc. En este punto, recuerdo que un buen amigo mío, aun a sabiendas de que la Presidencia de la empresa había encargado a otro departamento desarrollar un proyecto que era de su competencia, decidió llegar hasta el final; presentó su informe, sus conclusiones, sus presupuestos y dejó trazado el plan de trabajo. Al día siguiente presentó su dimisión y se marchó a otra compañía.
La segunda receta también es antigua. Se escuchen los rumores que se escuchen, y por muy ruidosos que sean los tambores de cambio organizativo… nunca hay que jugar a sucesor. Me explico. En casi todas las empresas, y mucho más en tiempos de crisis, se escuchan rumores sobre el nuevo jefe que me vendrá, o sobre las nuevas responsabilidades que, parece, van a darme. Bien. Pues el gran error está en creerse tanto una cosa (que tienes un nuevo jefe) como la otra (que tu vas a ser el elegido). Y es que, en cualquiera de las dos situaciones, corres el riesgo de dar pasos en falso: empezar a brindar tus favores y lealtades a otro señor distinto; o creerte que ya estás en situación de que te rindan pleitesía por tu cara bonita. Ya lo dijo Pedro Salinas: “El amor, es eterno mientras dura”. O sea: los organigramas son eternos mientras duran, por lo que no conviene anticipar acontecimientos, no sea que tu vender la piel antes de matar al oso luego te pase factura.
La tercera receta es tan antigua como Santa Teresa de Jesús: en tiempos de turbación, conviene no hacer mudanza. Ojo. Conviene recordar que, bajo esta idea, más de uno ha querido encontrar la excusa perfecta para meterse debajo de una mesa y que nadie se acuerde de él; ni para lo bueno, ni para lo malo. (Recuerdo a un ex colega que me decía que, en tiempos difíciles, no gastaba ni papel para que no se acordasen de que existía). Sin embargo, y porque Santa Teresa siempre me ha merecido mejor opinión, creo que el verdadero sentido de sus palabras era la búsqueda de la prudencia; la conveniencia de no tomar decisiones precipitadas; la sensatez para saber que la línea más corta entre dos puntos no siempre es la línea recta; la lucidez para saber cuando un hecho es el inicio de la crónica de la muerte anunciada o cuando, por el contrario, es algo que se puede remontar; la sabiduría para diferenciar cuando te ponen un puente de plata y cuando te están forzando a que cambies de actitud. En este sentido, nunca olvidaré la conversación de un viejo amigo cuando me comentaba los últimos meses en su empresa: “Me equivoqué al leer el partido: pensé que aquella situación podía superarla. No supe ver que me estaban echando: en ese momento, estaba fuerte y podía haber negociado; siete meses más tarde, ni tenía fuerzas, ni ganas, ni espíritu.”
La cuarta y última receta está sacada del Club de los Poetas Muertos: Carpe Diem, o sea, vive el día. Cuando uno se enfrenta a un ciclo de turbulencias tiene que tener claras dos cosas: saber a dónde tienes que llegar y, vivir al día. Y todavía más: vivir al día en una gran organización es lo mismo que vivir al día en un pequeño comercio, o en una sencilla economía familiar: hay que asegurar los ingresos todo lo posible y, al mismo tiempo, congelar y reducir a la mínima expresión los gastos.
Pues hasta aquí este manual de supervivencia. Fíjese que no me ha salido la vena torticera y que no me he ido por la vía del colmillo retorcido con recetas del tipo gánese alianzas y búsquese padrinos. Creo que ese es el camino fácil. Pero sobre todo, es el camino equivocado. ¿Sabe por qué?. Porque cuando las cosas se ponen feas, cada uno intentará salvar su propio pellejo. Y el suyo, créame, depende de una condición necesaria (su trabajo), aunque, lamentablemente, no siempre sea la condición suficiente. Pero, por lo menos, que por usted no haya quedado.
Publicado en el Diario Cinco Días, 3 de enero de 2003