Quejas sin sentido
(Usted y yo también somos culpables)
¿Cuántas veces ha dicho, u oído, en la última semana frases del estilo “en esta casa no se pueden hacer las cosas”; “aquí no hay quien trabaje”; “a ver si alguien toma ya de una vez una decisión”; “tenemos todo parado hasta que el jefe no lo apruebe”; “esta casa está podrida”; “lo que pasa en esta casa no tiene nombre”? ... En fin, podría extenderme tanto como quisiera, pero tampoco merece la pena. Con seguridad, ya se habrá dado cuenta que detrás de todos estos exabruptos descansa una idea sencilla: todas las organizaciones, cuando se ven y se conocen desde dentro, tienen sus propias miserias, sus propias ineficiencias y, en definitiva, sus propios pies de barro.
Pues bien. Permítame así, de sopetón, preguntarle una cosa. Sea sincero y respóndame: ¿qué cuota parte de responsabilidad tiene usted (y yo) en todo eso? ¿Acaso podemos garantizar que usted (y yo) estamos libres de cualquier pecado?. Si esa es la pregunta, mi respuesta es ésta: Mucho me temo que usted, y yo, también somos culpables.
Quizá le suene duro pero, mire dentro de su casa, dentro de su pequeño o gran ámbito de responsabilidad, de su propio departamento y descubrirá (como yo lo he hecho) que, ante su equipo de trabajo, ante su propia gente, usted (y yo) somos culpables de una parte de todos los dislates que pudieran estar ocurriendo en las organizaciones. En otras palabras: que ya está bien de decir a los cuatro vientos que no está conforme con lo que pasa en su casa y de no dar un paso adelante, al menos, en aquello que depende de usted (o de mí).
Ya ve, pues, de lo que va la tribuna de hoy: de ser conscientes (no se autoengañe más), de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Y si no me cree, repasemos juntos algunas grandes, o pequeñas, recetas que podrían estar en su mano, si no para cambiar el mundo, sí para crear en su alrededor un pequeño, o no tan pequeño, hábitat de “influjos positivos”.
Primera idea. Si siempre se ha quejado de que sus superiores no le defienden, no dan la cara por usted, y le dejan “colgado de la brocha” cuando pintan bastos, no caiga en la misma tentación: dé la cara por los suyos, por pocos que sean, y defiéndalos. Verá cómo se lo agradecen. Y si después tiene que pedir responsabilidades, hágalo. Pero tengamos en cuenta que los trapos sucios los lavamos en casa.
Segunda idea: Si se queja de que todo está parado y de que las cosas no se mueven, sepa una cosa: el proyecto que nunca verá la luz es siempre aquel que nunca llegó a presentarse. Es decir: no se canse de presentar cosas, aunque se las rechacen siempre. A lo mejor, algún día gana por aburrimiento.
Tercera idea: si se queja de que siempre se le están dando falsas promesas, entonces no caiga en la tentación de hacer lo mismo con su gente. No prometa nada que no pueda cumplir, no venda la piel del oso antes de cazarlo y opte por contar las cosas, buenas y malas, como son. Con ello, su gente le verá como una persona de palabra, no como un charlatán.
Si se queja de falta de ilusión, no tenga usted la cobardía ni el egoísmo de trasmitírselo a su gente; ponga su mejor sonrisa e intente ilusionar a los que trabajan con usted. Si hay alguien que no se puede permitir generar desanimo entre su gente es usted; somos usted y yo. No hay nada peor para su equipo que verle a usted bajo mínimos, deprimido, asustado, sin saber qué hacer, con miedo a su futuro y sin rumbo definido. Ojo: no estoy diciendo que tengamos que vender humo al equipo, ni que engañemos con falsas esperanzas. No. Lo que usted y yo tenemos que hacer es reconocer que la situación es difícil y que, precisamente por eso, vamos a encontrar, entre todos, las mejores soluciones; y que con ellas vamos a salir para adelante. Y si no me cree, acuérdese de “La Vida es Bella”, la película de Roberto Begnini, y de la lucha y el ingenio de ese padre por intentar que su hijo no sufra las atrocidades del campo de concentración.
En otras palabras: en su trabajo, como en su vida civil, hay cosas que también están en su mano. Es decir: no se queje de la desaparición de los comercios de su barrio, si ha decidido comprar siempre en las grandes superficies para ahorrar unos euros; no eche pestes contra la piratería, si luego compra sus CD en el top manta; no exija más servicios, si luego hace lo que pueda para escabullirse del pago de impuestos; no pida más patrullas verdes, si luego es incapaz de recoger los excrementos de su perro; no se queje de la globalización, si luego se muere por no usar ropa de marca. Seamos (usted y yo) un poco consecuentes, y no pidamos que los demás se ocupen de aquellas cosas en las que nosotros, también, podemos aportar nuestro granito de arena. Si lo hace así, estaremos, usted y yo, bien legitimados para exigir a los demás que cumplan con sus obligaciones.
En definitiva, bajo esta idea le estoy proponiendo una cosa sencilla: aplíquese el cuento, y entienda, de una vez por todas, que la caridad bien entendida empieza por uno mismo; no se refugie en excusas. Dé un paso adelante, aunque sea pequeño, aunque afecte sólo al microclima de su departamento y piense que ha puesto su granito de arena para cambiar las cosas. Tampoco es un esfuerzo tan grande el que estoy pidiendo. Y, además, no olvide una cosa: si está tan disgustado con lo que pasa a su alrededor, siempre le queda la opción de dimitir. Y, si no lo hace, pues no se queje más y tire para adelante.
Publicado por el Diario Cinco Días, 31 de enero de 2003