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Pep Guardiola, el emblema de una institución.

“De lo que estoy más orgulloso es de los 17 años de compromiso con el Barça, de haber defendido esta institución”. Con estas palabras se  despedía Pep Guardiola del F.C. Barcelona y del fútbol español.

Compromiso con el equipo y defensa de la institución. Ese fue, desde mi óptica personal, un mensaje perfectamente extrapolable al mundo empresarial. Un mensaje que me sorprendió no por venir de Guardiola, sino por escucharlo a alguien del mundo del fútbol, que siempre ha tenido una descomunal capacidad pública de autodestrucción: presidentes que descalifican a entrenadores; entrenadores que ventilan sus conflictos con jugadores; jugadores que menosprecian a entrenadores y presidente… en cualquier empresa normal te despedirían por mucho menos. Y me sorprendí, también al comprobar que con las palabras de Pep Guardiola podríamos hacer un tratado de comportamiento organizativo de cómo defender una institución.

¿Cómo se defiende, pues, una institución? Guardiola nos ofrece su particular tratado.

En primer lugar, una institución se defiende comprometiéndose con su visión o su proyecto de empresa. Y es que la expresión “proyecto de equipo” se ha utilizado mucho para justificar la marcha del capitán blaugrana. Para algunos, Guardiola se marcha porque el club no le ofrece un proyecto deportivo. El interesado, sin embargo, ha afirmado públicamente que este tema no tiene nada que ver. Sea lo que fuera, lo cierto es que, por activa o por pasiva, del proyecto se ha hablado. Y sin proyecto no hay compromiso. Creerse en qué organización estás, vincularse a sus valores, asumir una propuesta de gestión y un modo de comportarse parece crítico. Por eso, siempre he admirado a las organizaciones que, a lo largo del tiempo, han consolidado un proyecto y una forma de ser propia.

Por ejemplo, siempre he disfrutado con 3M cuando afirma “He aquí el undécimo: no matarás una nueva idea de producto; muchas grandes ideas de productos proceden de un tropiezo, pero usted sólo puede tropezar si se está moviendo” (Paul Carlenton, 1931). Está claro que quien no se sienta identificado con ese proyecto de equipo no podrá jugar en 3M; “no debería jugar” en 3M.

En segundo lugar, una institución se defiende trabajando, siendo activo y asumiendo responsabilidades. El propio Guardiola fue meridianamente claro en este punto: “Si he sido intervencionista en el Barça, es porque defendía lo que quería el entrenador, lo que quería ver la afición, y cómo pretendía jugar el equipo”. Toma esa: intervenir para defender lo que quieren todos los estamentos de la organización: el que manda (entrenador), el que paga por el producto o servicio (la afición), y el que define el modelo de gestión (el juego del equipo).

Cualquiera que haya trabajado en una gran  institución sabe el esfuerzo sobrehumano que a veces cuesta ser intervencionista. Es frecuente encontrar gente comprometida hasta el punto de hacer lo que es bueno para la organización, aunque a veces sea malo para ellos. Y curiosamente, esos personajes suelen ser los más incomprendidos, los más audaces y quienes más se desgastan. Más de una vez he oído eso de “yo prefiero no gastar ni papel para que no se acuerden de mí y me dejen tranquilo”. O aquello de “lo mejor es meterse debajo de la mesa y no sacar la cabeza, que te la cortan”. Pero no nos engañemos. Sólo triunfa quien se arrima.

Esta capacidad de asumir responsabilidades va más allá. “La decisión no la he tomado en dos días y es mía –comentó Guadiola en su despedida- no debe imputarse al club”. Así también se defiende una institución: asumiendo las responsabilidades y salvando la imagen de aquellos con quienes trabajas. Siempre he desconfiado de aquellos que se escudan en lo que otros les hicieron, que siempre se refugian en las decisiones de otros o hablan mal de sus empresas, de las actuales o de las pasadas. Recordemos, simplemente, la salida de Cruyff del Barcelona: penosa.

En tercer lugar, una institución se defiende también con una actitud inconformista  y vigilante. También lo afirmó Guardiola en su despedida: “Ser capitán del Barça no es nada cómodo. Debes permanecer siempre con los ojos bien abiertos”. Y eso no significa más que reflejar una actitud sincera ante las cosas, no acomodarse, saber decir lo que hay que decir y a quien hay que decirlo. En el fondo, significa cuestionarte permanentemente tu compromiso con la organización y reflexionar sobre un par de ideas: ¿Estoy engañándome en esta organización? ¿Estoy engañando a esta casa? ¿Me están engañando?. Eso es asumir un compromiso con la Institución. Por eso afirmaba Pep: “Una actitud cómoda hubiera sido aceptar la propuesta de renovación que me hizo el presidente pero “ahora me puede más la curiosidad y la ansiedad por conocer otra ciudad, otro Club, otro fútbol …”. Una actitud que muchos mantienen en sus compañías.

Otra manera de defender la institución es respetar y, si se me permite, querer a las personas. Y Guardiola también sacó a relucir este aspecto. “Me siento bien. Contento –dijo- sobre todo porque la gente del vestuario me quiere. Me refiero a gente como el fisioterapeuta”. Y éste también es un dato. Construir y defender la institución pasa por querer –y ser querido- por las personas. Y no sólo me refiero al cariño personal, sino también al cariño profesional, a aquél que se traduce en responsabilidades, en desarrollo profesional y en respeto por el trabajo profesional. Defender una institución es, también, ser capaz de crear un clima bueno para trabajar; y bueno no es sinónimo de cómodo.

Defender la institución pasa también por aislarse del ruido, del rumor, de la confrontación y centrarse en el trabajo. “He procurado centrarme en el trabajo –afirmaba el capitán azulgrana- y aislarme de cuanto envuelve al Barça, y así me lo he pasado, y me lo paso, bien jugando al fútbol y sin fútbol”. Y es que trabajar tiene buenos y malos momentos, momentos fáciles y difíciles. Y lo cierto es que casi todo el mundo se queja de lo que hace. Pero no es menos cierto que en ocasiones trabajar es divertido. El profesor Hernández Pacheco, en Cuadernos del Pensamiento Liberal, afirmó que “nada se puede lograr a menos que uno se divierta un poco”. Lo comparto plenamente.

Y, para concluir, queda el último escalón: también se defiende a la institución por el mero hecho de abandonarla. Cuando alguien cree que empieza a sentirse encasillado, a sentir nuevas inquietudes, a no encontrar satisfacción con lo que está haciendo, debe pensar en respetarse a sí mismo y a la institución que les paga. Respetarse a sí mismo porque “si continuara aquí- afirmaba Guardiola- difícilmente encontraría una respuesta a mi inquitud futbolística; quiero tener una visión más amplia o menos sectaria del juego”. Eso es respeto a las convicciones personales de uno. Respetar a la institución porque nadie puede creerse tan importante como para pensar que, tras él, el abismo. Y en esto, Pep tambien fue claro: “Nunca me he sentido tan decisivo como para pensar que mi salida pueda causar serio trastorno a la  institución. El club tiene una tradición, una historia que está muy por encima de cualquier decisión individual”.  Y es que una Institución sólo será tal si y sólo si sobrevive a sus grandes gestores.

Así de claro. A este tratado organizativo, el propio interesado lo ha dado en llamar el Registro Guardiola. “Yo no llegué al Barcelona de pequeño para ser un símbolo- dijo para concluir ; me he creado mi propia historia y la he vivido… me gustaría que la gente se quedara con… el registro Guardiola, con un manera de ser… que por encima de todo siempre procuró ser coherente.

Gracias por la clase, profesor Guardiola.

Publicado en el Diario Cinco Días el 2o de abril 2001


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