Del "va por usted" al "ahí queda eso"
Hace unos días, coincidiendo con el cierre del curso, tuve ocasión de presenciar un pequeño diálogo entre dos de mis colegas: “Qué … ¿te han aplaudido en la última clase?” –preguntaba uno de ellos.- “Sí, –contestó el otro- pero la verdad es que no me he gustado”.
Aquel simple diálogo me transportó a una plaza de toros y, como si se tratase un viaje astral, me imaginé a mis dos colegas vestidos de luces, haciendo el paseíllo y preparándose para la lidia. Los vi tan distintos, tan diferentes, que me los imaginé en plena faena. Y fue ahí cuando comprendí la diferencia entre uno y otro. El primero toreaba para la galería y no paraba de decir: “Va por usted”. El segundo, sin embargo, toreaba para sí mismo y en voz baja, para sus adentros, se decía: “Ahí queda eso”.
Lo vi claro. Y los vi en sus despachos. Y los vi trabajando. Y los vi con su gente. Y los descubrí con nitidez. Y comprendí que, como en los toreros, en los gestores también es fácil encontrar estas dos formas distintas de entender la profesión: la efectista y ventajista, frente a la hondura y la profundidad.
¿Cuál es la diferencia entre uno y otro? En términos sencillos, el torero/gestor efectista se mueve por impulsos externos (torea para la galería); busca la medalla de sus jefes con aparente actividad (el aplauso fácil del público); y hace difícil lo fácil (con gestos y desplantes innecesarios ante el toro). Por el contrario, lo que mueve al torero/gestor profundo son sus propias inquietudes internas (torea para sí mimo); busca coincidir con sus jefes en un mismo proyecto y ganarse el respeto profesional (arranca los aplausos del público cuando conecta con ellos); y hace fácil lo difícil (si el toro tiene faena se le exprime; si no la tiene, se le intenta; y si no, se le mata).
A partir de aquí, se abre un increíble abanico de divergencias. Ahí van algunas. La primera está en la forma misma de trabajar. El efectista tiene una tendencia natural a exhibirse en todo lo que hace y utiliza para ello todos los trucos a su alcance: es una máquina de producir cartas, notas, memorandum y e-mail para media organización, con copia a la otra media y, por supuesto, a su jefe y a los jefes de los demás; y convoca reuniones multitudinarias interdepartamentales (por supuesto con todos los máximos responsables) para poner en marcha un proyecto. Y todo ello para tener a todo el mundo “informado”. Pero no nos engañemos. Se le descubre fácil; con todos estos gestos, como los malos toreros, lo que busca es encontrar alguna que otra “Pasarela Cibeles” para exhibirse y un refugio para no tomar decisiones propias.
El “gestor profundo” es distinto en su modo de trabajar. No se le nota, nadie sabe muy bien qué hace, manda pocas notas, porque sus hechos son su mejor aval; convoca pocas reuniones, las justas, y con los que tienen que poner en marcha los proyectos. Pero, sobre todo, se le nota cuando no está. En fin, la noche y el día. No hay más que pensar en Curro Romero para entender lo que digo ¿Cuántas fotos del “Faraón de Camas” hay dedicadas por él en 60 años de magisterio? Bien poquitas. Y ¿cuántas de ese otro tipo de toreros -como Jesulín- del papel couché? Pues más que cromos de Raúl o Figo.
La segunda diferencia esta en la forma de entender los errores. Para el efectista, siempre hay excusas externas que justifican el fracaso. La culpa siempre es de los demás; nunca suya. Siempre intentará colgarle el muerto a otros (colegas, subalternos o a cualquiera que pase por ahí). Es más; si el reproche a los demás es sonoro, tanto mejor. Para el segundo, sin embargo, tal es su nivel de autoexigencia que siempre encuentra algún motivo para reprocharse tal o cual acto, para reflexionar sobre cómo podría haberlo hecho mejor, para aprender de sus errores y sacar experiencias positivas en el futuro. Vamos, como en el toro: que el bicho no andaba, que estaba justo de fuerzas, que tenía un peligro sordo, que el público no ha entendido la faena, que lo han picado mal … Excusas, excusas y más excusas.
El proceso de aprendizaje es también una buena diferencia. Para el efectista, la formación es una ocasión más para exhibirse (mira qué curso he hecho); para reivindicarse (me tenéis que pagar tal curso por lo que voy a aprender para la empresa); y, sobre todo, para justificarse (es que la empresa no me ha dado las herramientas para hacer bien mi trabajo). Por el contrario, el profundo entiende la formación como algo intrínseco a su desarrollo y utilizará, si es preciso, vacaciones, fines de semana y noches para ponerse al día. Y en esto también el toro da lecciones. Mientras que para un torero de verdad los tentaderos se hacen en solitario, sin público, recordando a aquellos primeros maletillas que entraban a hurtadillas en la finca a “hacer la luna” (torear desnudo bajo la luz de la luna), para los otros, los tentaderos son su acontecimiento social, con entradas numerosas, con invitados de la jet set, con desayuno, comida, merienda y cena, y con algún que otro fin de fiesta incluido.
Otro gran factor diferencial es la gestión de la propia carrera profesional. El gestor efectista, como su homólogo torero, suele caracterizarse por su gran volubilidad. Como busca el aplauso fácil del público, rara vez tendrá una línea definida o un proyecto propio que defender: cambiará de opinión tan pronto como intuya que su jefe opina distinto o, en su defecto, siempre se reservará sus comentarios a lo que piense el respetable. En este sentido, su trabajo se define por tres ejes: mucha acción (son los que más corridas torean y están en todas las ferias/reuniones, aunque no le corresponda); poca independencia de pensamiento (hará y dirá sólo lo que el respetable/sus jefes quieran que haga o diga); y un carácter ciclotímico (su humor cambia en función de lo que digan de él las crónicas o su jefe)..
Sin embargo, el gestor profundo es fácil de prever. Su línea profesional está marcada: ideas claras; pocos proyectos, pero importantes, y una forma de estar relativamente constante, poco ciclotímica. Conviene recordar las palabras de José Tomás preguntado por los riesgos que asume con su toreo tan puro: “Yo soy fiel a mi estilo porque ésa es la forma que tengo de entender el toreo; aunque arriesgue”. Y recordemos también al maestro Curro: el frasco de las esencias siempre condujo su arte; nunca hubo ni trampa ni cartón en su toreo; o salía, o no salía.
Pero…¿dónde está la gran diferencia entre estos dos perfiles? Sin duda alguna en sus últimas motivaciones, en las razones que les llevan a dedicarse a su profesión. ¿Qué le mueve al gestor efectista? Pues lo mismo que a su clon torero: la fama, el poder y el reconocimiento, es decir, el aplauso del público, los elementos accesorios y externos de su propia profesión: el coche, la finca, el despacho, el título, el cargo, el “status”, las relaciones sociales, el papel couché … Todo eso, mezclado sin criterio, es un cóctel explosivo.
Sin embargo, el gestor/torero verdadero se mueve en busca de unos fines que le son propios y esenciales y que están muy relacionados con el reto personal de alcanzar unas metas que sólo él se ha propuesto. Muchas veces esas metas son difusas (sentar escuela, crear estilo, pasar a la historia, cuajar ese toro, cerrar ese proyecto …) pero lo cierto es que ahí están. A eso se ha dado en llamar autorrealización, que no es otra cosa que torear para uno mismo. Este tipo de personas lo que están buscando es llegar a ser lo que se han propuesto; sea lo que fuere.
Entender los móviles es entender la forma de celebrar los éxitos. Y es que cortar las orejas es la máxima expresión del éxito del torero. O del gestor. Así, para el efectista el triunfo es una fiesta; privada -porque el triunfo es mío y solo mío y no lo comparto con nadie- pero fiesta. Fiesta “ad maiorem gloriam” de mi persona, fiesta para que me halaguen, carreras por la plaza y los pasillos, carreras con desplantes a los que me criticaron y vuelta al rueda levantando la mano y diciendo, como Dominguín, que soy el número uno.
Sin embargo, el torero hondo tiene una manera diferencia de entender el éxito. Por una parte, es capaz de reconocer en público al equipo (recordemos la vuelta al ruedo de Luis Francisco Esplá en la última feria de San Isidro con su picador). Y por otro, tiene un sentido muy particular de la celebración. Como torea para sí, como lo he dado todo, como ha disfrutado con la faena, la celebración tiene que ser muy privada. Después del éxito queda una gran sensación de vacío, de necesidad de reinventarse otra vez para volver a torear. En la pasada feria de abril de Sevilla, José Tomás, después de dos salidas por la Puerta del Príncipe, quiso hacer el más difícil todavía y conseguir la tercera puerta consecutiva. Entró a matar y fue cogido. Y, me comentaba un amigo, y maestro, un diálogo que tuvo en la plaza. “No entiendo – le decía una aficionada- cómo este hombre cambia una cornada por una oreja”. Mi amigo le contestó: “No lo has entendido. Lo que ha cambiado es una cornada por salir de la plaza como está saliendo: en silencio, con la oreja en la mano, con sangre hasta los tobillos, y camino de la enfermería; ahí va a celebrar su éxito”.
Pues aquí queda el reto del gestor del futuro. Defínete, como le dijeron a Rafael de Paula: toro o torero. Pues eso; defínase usted: efectismo o pureza; para la galería o para uno mismo. Personalmente, tengo mi opinión: el gestor del XXI será aquél que, en última instancia, pueda y quiera decidir por sí mismo dónde torear, cuándo y con quién hacerlo y el que, al rematar su faena pueda decir con orgullo: “Ahí queda eso”. Los otros, los de la galería, los del “va por usted”, por muy jóvenes que sean, se habrán querido ya viejos.
Publicado en el Diario 5 Días. Madrid 27 de julio 2001