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La ambivalencia tecnológica para impulsar (¿o no?) los ODS

Artículo publicado en la Revista Telos, de Fundación Telefónica y escrito junto con Joaquín Fernández Mateo, Profesor Asociado de la Universidad Rey Juan Carlos

La tecnología está transformando las organizaciones, los procesos de producción, la vida diaria de las personas y, en consecuencia, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Sin embargo, es necesario realizar un enfoque crítico para entender si son un facilitador o, por el contrario, un inhibidor para alcanzar las metas de la Agenda 2030.

 

Desde que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fueron presentados en la Asamblea General de Naciones Unidad el 25 de septiembre de 2015, su arraigo en la agenda de gobiernos y empresas ha sido notable. Los 17 objetivos, desplegados en 169 metas y 232 indicadores, impulsan lo que debería ser la Agenda de desarrollo sostenible para 2030.

A pesar de este éxito, quienes firmamos este artículo, pensamos que hay una laguna destacada en los ODS: el limitado protagonismo que se da a la tecnología, sobre todo cuando Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, ha afirmado que estamos ya viviendo el comienzo de la Cuarta Revolución Industrial (Schwab, 2015). Y es que los ODS incorporan la innovación y la tecnología “escondida” en el objetivo 9 y no como, en nuestra opinión, debería aparecer: como el catalizador trasversal de toda la Agenda 2030.

Por tanto, la pregunta que deberíamos hacernos es si esa subordinación de la tecnología en un solo objetivo se debe a un “olvido” voluntario, o si, por el contrario, responde al “temor” de los creadores de la Agenda 2030 a la ambivalencia que puede representar la tecnología para impusar toda la agenda. En otras palabras: si la tecnología genera más riesgos que oportunidades para alcanzar la Agenda 2030.

Y ese es el objetivo de este artículo: identificar los debates éticos (las luces y las sombras) que la tecnología está generando a la hora de impulsar (o no) los ODS. Sencillamente, aunque estemos imbuidos de una suerte de culto a la tecnología, conviene no olvidar sus dos caras, una más amable… y otra potencialmente generadora de problemas. Veamos algunos ejemplos.

El primer caso es cómo los algoritmos pueden promover, o limitar, la igualdad de género que persigue el ODS 5 según se desarrollen. Joy Boulamwini y Timnit Gebru pusieron a prueba los sistemas de reconocimiento facial disponibles y llegaron a la siguiente conclusión: cuando los sistemas tienen que identificar a personas racializadas, la tasa de error se dispara y alcanza aproximadamente el 35 por ciento en el caso de las mujeres (Buolamwini & Gebru, 2018). Boulamwini, fundó la Algorithmic Justice League para denunciar los sesgos raciales y de género, lo que ha llevado a que grandes compañías tecnológicas cambien sus sistemas de software. Este es un ejemplo de cómo la tecnología, utilizada de forma crítica, puede lograr la igualdad de género del ODS 5 en el mundo digital o, por el contrario, dificultarla.

Un segundo ejemplo es blockchain, una tecnología que puede afectar positivamente al ODS 16 (instituciones sólidas, transparencia, rendición de cuentas y lucha contra el soborno y la corrupción)… o todo lo contrario. Blockchain es una tecnología que permite garantizar el intercambio fiable de información, la seguridad de los datos, y el acceso constante y certero a los registros o transacciones digitales, de manera rápida, segura y eficiente. Con blockchain podemos imaginar (y esto favorece claramente el ODS 16) un mundo en el que los contratos están incrustados en código digital y almacenados en bases de datos transparentes y compartidas, protegidos contra el borrado, manipulación o reescritura. En este mundo, cada acuerdo, cada proceso, cada tarea y cada pago tendría un registro digital y una firma que podría ser identificada, validada, almacenada y compartida. Los individuos, las organizaciones, las máquinas y los algoritmos negociarían libremente e interaccionarían uno con el otro con poca fricción. Tanto es así, que ya se ha afirmado que blockchain producirá cambios profundos, no solo en la naturaleza de las empresas, sino en cómo se financian y administran, cómo crean valor y cómo desempeñan funciones básicas como marketing y contabilidad; en algunos casos, los algoritmos reemplazarán a la administración por completo (Tapscott & Tapscott, 2016).

Sin embargo, blockchain es también la tecnología base del bitcoin y otras monedas virtuales; y ahí se abren nuevos debates aún no resueltos; tanto es así que Facebook ha anunciado que no lanzará al mercado Libra, su nueva criptomoneda, hasta no superar los obstáculos regulatorios (Pozzi, 2019). En contraste con el actual sistema monetario, dirigido por los gobiernos, los bancos centrales y los bancos privados, las criptocurrencias ofrecen un medio independiente de la confianza y basado en la tecnología para la generación de divisas y el intercambio de valor.

Las altcoins y la minería digital podrían tener el potencial de perturbar el sistema monetario existente. Por un lado, podrían mejorarlo; algunos autores las consideran un remedio contra la pobreza ya que facilitan a personas que no podrían abrir una cuenta bancaria regular (por ejemplo, por no tener una dirección de domicilio adecuada) a participar en transacciones financieras a través de una cuenta de altcoin basada en Internet operable desde cualquier teléfono inteligente. Por contra, también podrían empeorar el sistema a través, por ejemplo, de transacciones de evasión de impuestos de la “web oscura”, blanqueo de dinero, manipulación digital, etc. (Dierksmeier, & Seele, 2018).

Otro buen ejemplo, tiene que ver con el big data y la inteligencia artificial para conseguir el ODS 2 (hambre cero) gracias a la mejora del sector alimentario y agrícola. Aquí, la tecnología podría ser pieza clave. Como ya se ha afirmado, una granja inteligente permite la monitorización en tiempo real, el diagnóstico precoz de las necesidades de mamíferos y aves, y la detección temprana de imprevistos e incidentes, aumentando así el bienestar de los animales y la productividad de la granja (Berckmans, 2006; Tzounis, Katsoulas & Bartzanas, 2018). Llevado al extremo, una aplicación masiva de la tecnología (incluyendo la ingeniería genética) pudiera facilitar la alimentación a todo el planeta, generar beneficios, desarrollar las comunidades locales y rurales y proteger el medio ambiente.


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